Aquí nació
el eremita San Millán, en el año 473. Berdejo fue su patria.
Después, ansioso de soledad, anhelante de silencios, se instaló
en los llanos de Torrelapaja; pero la santidad atrae, y el eremita encontró
seguidores en numero suficiente pata formar una comunidad religiosa y
compartir, de esa forma, la soledad y el silencio. Así creció
el nuevo pueblo, a sólo 4 kilómetros, ya en la carretera
de Calatayud-Soria.
Este santo
es conocido como San Millán de la Cogolla, ya que fundó
en La Rioja un monasterio de benedictinos, por lo que muchos le atribuyen
el nacimiento en Berceo.
Su vida la escribió
San Braulio, arzobispo de Zaragoza.
Por esos
hilos extraordinarios de la santidad, el nuevo pueblo, Torrelapaja, formó
unidad con Berdejo. Era como un barrio de este primitivo lugar. Juntos
iniciaron una feliz andadura, quebrada después por el propio desarrollo
progresivo de ambos núcleos de población. Los de Torrelapaja
se levantaron con personalidad propia y quisieron conquistar su independencia
como pueblo. Hubo discordias, tensiones vecinales que fueron superadas
hacia el año 1600. Se reunieron los vecinos y jurados de ambos
lugares para deslindar los términos y dirimir las cuestiones. Como
árbitro actuó Juan Cardona, natural de Moros, procurador
de la comunidad de Calatayud. A él le correspondió, en virtud
de su cargo, sentenciar la separación de los términos. El
acuerdo quedó corroborado poco después por Felipe III, en
carta real.
Así
pues, Berdejo y Torrelapaja se convirtieron en entidades propias e independientes,
con lo que se limaron las malquerencias y se abrió un nuevo horizonte
de esperanza a la buena vecindad.
Una vez
más se halla el viajero, gozosamente, en la ribera del Manubles,
por el valle que se estrecha para controlar mejor el acceso a la meseta
soriana, por la vega que se ensancha abriéndose a Castilla, mirando
hacia el puerto de la Bigornia.
Son fríos
los inviernos, ya que la altura ronda casi siempre entre los 800 y 1.000
metros. La agricultura es pobre, porque quedan muy pocas manos para trabajar
la tierra, pequeños huertales de uso propio. No hay ganadería
tampoco, excepto un pastor que guarda sus ovejas en un cobertizo a las
faldas del castillo.
A la altura
de Berdejo, la vega del Manubles se adentra, como encajada, en los montes
vecinos. Es una promesa verde, que huye gritando su abandono entre los
murmullos del agua. Las cresterías rocosas forman una barrera insalvable;
se hace dura la vida y entonces llegan los sueños del llano, el
señuelo de la ciudad a lo lejos. Apenas se repara en que todo puede
ser un espejismo. Y lo es en las más de las ocasiones. El descubrimiento
llega, por desgracia, demasiado tarde, cuando el desarraigo se ha consumado
y la emigración ha dejado su rastro de sangre por los caminos.
En Berdejo
apenas queda gente, tan solo medio centenar de personas, aproximadamente,
constan en el censo y de los cuales un 95%, por razones de trabajo, solo
residen en el pueblo fines de semana y vacaciones, y donde se pueden alcanzar
en meses de verano una población de centenares de personas. No
existen comercios, ni tiendas, tan solo un pequeño bar llevado
por las personas del pueblo.
A través
de los distintos grupos locales y la Mancomunidad, la comarca está
recibiendo un beneficioso impulso cultural. Al decir comarca, me refiero
a las dos riberas sobre la que tiene sus vertientes la sierra de Armantes:
la del Manubles y la del Ribota. Es hora de prestar la debida atención
a la historia y al arte y luchar por conservar el importante patrimonio
que los siglos fúeron acumulando en la zona.
Berdejo
se presenta solitario en toda su belleza y es un paisaje que invita a
la tranquilidad y a la meditación.
A la fuerza
hay que estar de acuerdo con estas palabras. Las casas se recuestan sobre
una peña rocosa, al pie de la antigua fortaleza, en la margen izquierda
del río Manubles. El castillo tiende sus lienzos sobre el abismo
del roquedal, una amplia plataforma que remata en la torre cuadrada, de
dos cuerpos. Castillo fronterizo con Castilla que, por su situación
estratégica, tuvo durante el medievo un gran valor táctico
como vigía del paso hacia la meseta soriana por el valle del Manubles.
Su primera cita documental proviene de 1131, como término en el
fuero de Calatayud. En 1288, Alfonso III lo entregó a los unionistas
, quienes pusieron como alcaide a Juan de Figueras. En 1311 figuraba como
límitefronterizo por el norte de la comunidad de Calatayud. Su
valía queda demostrada con la importacia del nombre de sus tenentes,
designados directamente por la corona; se conoce como uno de ellos, Ximén
Pérez de Pina, de acuerdo con el infante don Pedro, impidió
que su madrastra, la reina Leonor, entregara este castillo en 1336 al
castellano Ruiz Pérez de Almazán.
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